El caso de este compositor (cuyo nombre completo era Pere Miquel Marques), nacido en Palma de Mallorca el 23 de mayo de 1843, es sumamente ilustrativo del desafortunado estado de la música en nuestro país.
Efectivamente. Miquel Marques, que inició su formación en su ciudad natal y la perfeccionó a partir de 1859 en París, donde estudió con François Bazin, regresó a España con un sólido bagaje técnico y, establecido en Madrid, se dio a conocer principalmente como autor de música sinfónica.
Caso único, prácticamente, entre los compositores españoles de su tiempo, escribió cinco extensas sinfonías (1869, 1871, 1876, 1878 y 1880), todas ellas estrenadas con considerable éxito -tras haber superado las trabas con que tropezó su primer intento-, lo que resulta aún más excepcional. Y sin embargo, pasaron luego los años y estas obras, capaces sin duda, sino de suscitar la emoción y el entusiasmo con que fueron recibidas, al menos de merecer un nuevo examen por parte de nuestras generaciones yacen en el más completo de los olvidos y sólo nos son conocidas por la extensa referencia, el análisis detallado y los encendidos elogios que de ellas hizo Antonio Peña y Goñi en su obra La ópera española y la música dramática en España en el siglo XIX.
Miquel Marques ya pudo percibir este desvío de público y crítica hacia sus considerables producciones en vida, y es probablemente por esta razón por la que acabó abandonando su carrera como sinfonista y dedicó, en cambio, mayor atención a la composición de obras teatrales. En este terreno se había ya destacado en el año 1872 con la obra titulada Justos por pecadores, zarzuela que fue bien acogida, pero fue a partir de 1878 cuando verdaderamente entró en el nuevo género, logrando muy pronto un éxito notable con El anillo de hierro (1878), la única de sus zarzuelas que ha conservado un puesto en el repertorio habitual. No dejaron de observar sus contemporáneos que el preludio del segundo acto de esta obra ofrecía un tema muy similar al del aria Che faró senza Euridice, de la ópera Orfeo, de Gluck.
Al anillo de hierro, cuya obertura fue pieza obligada de conciertos sinfónicos y también en su adaptación para banda, siguieron otras producciones teatrales de menor fortuna, como El motín de Aranjuez, El diamante rosa, Florinda, La hoja de parra, etc. Finalmente en 1884 logró un nuevo y sonoro éxito con El reloj de Lucerna, sobre un texto de Marcos Zapata basado en episodios de la lucha por la independencia de Suiza. Merece recordarse también El plato del día (1889).
Finalmente obtuvo aún otro sonoro éxito con El monaguillo (1891), zarzuela cuyos ecos musicales aún no se han apagado del todo. Después de ésta produjo todavía algunos títulos más, que no añadieron ningún hito a su hoy casi olvidada biografía.
En otro orden de cosas, también se dedicó Miquel Marques a escribir obras de carácter didáctico, como un Pequeño método de violín, y fue también inspector de las escuelas especiales de música de Madrid, y profesor de canto en un establecimiento benéfico para niños abandonados.
Tras residir largos años en Madrid al jubilarse se retiró a su ciudad natal, donde falleció el 25 de febrero de 1918.
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