El tenor Hipólito Lázaro nació en Barcelona el 13 de Septiembre de 1887.
Sus estudios musicales fueron dispersos con mucho de autodidacta, ya que al pertenecer a una familia humilde, no podía pagarse las clases de canto y hubo de trabajar en pequeños empleos, para poder ahorrar algún dinero con el que pagar a aquellos profesores cuyos honorarios estuviesen a la altura de sus escasos ingresos económicos.
Su debut tuvo lugar en el Teatro Novedades de Barcelona con La Favorita en 1910. Si bien se puede fijar este año como su comienzo profesional y el de su primer gran éxito, él mismo se dió cuenta de que debía perfeccionar su técnica, por lo que decidió trasladarse a Milán para poder aprender canto. Como los problemas económicos persistiesen, tuvo que compaginar su aprendizaje con pequeños papeles en algunas obras musicales que le permitían sobrevivir. Para ello utilizará el pseudónimo de Antonio Manuele, con el fin de alejar su verdadero nombre artístico de una dedicación a un tipo de música que en muchos casos no se acercaba a la lírica.
En 1913 fué escuchado por el compositor Mascagni, quien le propuso estrenar en la Scala de Milán en la temporada siguiente el papel de Ugo en Parisina, del propio Mascagni. Esta fué la llave que le abrió la puerta de otros teatros europeos. De esta manera debutó en el Liceo de Barcelona con Rigoletto en 1914, que lo catapultó a diferentes capitales europeas (Roma, París, Londres) hasta llegar al Metropolitan de Nueva York en 1918 donde permaneció durante dos años.
De regreso a España en 1922 para estrenar en el Teatro Real de Madrid, se encontró con un público predispuesto, hasta tal punto que con el tiempo se formaría una afición de “lazaristas” en oposición a los “fletistas” seguidores de Miguel Fleta, rivalidad que el tenor mantuvo también en el plano personal. El éxito continuó y realizó giras por diversos lugares, sobre todo por América, especialmente en La Habana, en donde fijó una residencia semi-permanente.
Llegados a la década de los cuarenta, las actuaciones públicas del tenor son escasísimas, (de hecho, en teoría, se despide de la escena en el Metropolitan en 1940) tan sólo se dejará ver en ocasiones especiales sobre todo en España cuya afición le aclama. Es en esta época en donde Lázaro escribirá alguno de sus libros como sus Memorias y Mi método para el canto (1947), obra de carácter didáctico destinada a enseñar a las nuevas generaciones de tenores. En 1950 la Revolución cubana confiscó todas sus propiedades por lo que se vió obligado a regresar a España de manera definitiva. Por motivos económicos, ya que no podía volver a la escena debido a la edad, abrió una academia de canto en Barcelona, en donde comenzó a impartir clases a un nutrido grupo de alumnos.
Durante la década de los sesenta y setenta permaneció totalmente retirado de cualquier actividad pública, falleciendo en su casa de Barcelona el 17 de mayo de 1974.
Las características de la voz de Hipólito Lázaro, en opinión de sus contemporáneos, eran las de poseer una voz excepcionalmente extensa y ricamente timbrada de metal y temple únicos que llegaban hasta los últimos rincones de los teatros. Eran famosos sus agudos, calificados de plenos.
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