Nació en Barcelona el 9 de diciembre de 1895, de madre andaluza y padre catalán. Se educó en el Colegio de las Damas Negras y en el Conservatorio de su ciudad natal, mostrando envidiables condiciones para el canto de agilidad.
Su presentación fue excesivamente precoz, porque la hizo sin haber cumplido aún los quince años, en octubre de 1910 en el Teatro Colón de Buenos Aires, y en un pequeño papel de anciana en la ópera BLANCA DE BEAULIEU, del compositor argentino César A. Stiattesi. La Compañía era la del maestro Goula y formaba parte de ella el glorioso tenor Francisco Viñas. Unos días después interpretó el papel de “Zulima” en LOS AMANTES DE TERUEL, y el de “Lola” en CAVALLERIA RUSTICANA. Al año siguiente hizo su primera CARMEN, junto al tenor Bernando de Muro, y sin haber cumplido aún los dieciséis años, interpretó el papel de “Octavia” en el estreno italiano de DER ROSENKAVALIER, que tuvo lugar en el Teatro Costanzi de Roma. Desde ese momento su carrera fue brillantísima. En el Liceo de Barcelona actuó por primera vez en 1912 en SAMSON ET DALILA. En 1914 formó parte de la misma Compañía que María Barrientos, y actuó en La Habana, donde Conchita cantó los personajes principales de CARMEN, MIGNON, LA FAVORITA y RIGOLETTO. En la temporada 1915-16, de nuevo en el Liceo, incorporó a su repertorio su primer papel rossiniano, la “Rosina” de IL BARBIERE DI SIVIGLIA, ópera que acostumbraban a cantar las sopranos ligeras y que ella, con su encanto vocal, acertó a dotar de vitalidad y picardía, orientándolo de nuevo hacia la primera intención de su autor, quien lo concibiera para contralto. Viajó a EE.UU. donde cantó WERTHER en la Opera de Chicago.
Durante la Guerra Europea, conoció al abogado Francesco Santamaría, quien fuera alcalde de Nápoles, con el que mantuvo una relación sentimental, fruto de la cual nacería su hijo Giorgio. La pareja se rompió por el aborrecimiento que Santamaría sentía hacia el teatro.
Hasta 1925 no debutó en La Scala, y lo hizo con HÄNSEL UND GRETEL. En 1926, exactamente un mes después de que Miguel Fleta estrenara TURANDOT en el mismo teatro, Supervía dio a conocer en La Scala EL AMOR BRUJO. En 1928 regresó a dicho teatro para cantar LE NOZZE DI FIGARO; el mismo escenario fue testigo del estreno, en 1929, de LA HORA ESPAÑOLA, de Ravel. En el Teatro de lo Campos Elíseos de París, y también en 1929 cantó LA CENERENTOLA y L'ITALIANA IN ALGIERI.
Cantó por toda Europa y América. Tenía casa en Barcelona, Roma y Londres. Según se decía, vivía rodeada de un lujo inusitado. Fue una mujer impulsiva, arrogante, de gran temperamento y extremada cordialidad. Su belleza impresionaba. Al igual que otros artistas estaba llena de supersticiones. Le gustaba coleccionar muñecas, elefantitos de toda clase y especialmente tortugas de marfil, jade, crista, piedra o metal. Este animal terminó constituyendo su amuleto preferido. Poseía una en forma de broche de plata cuyo caparazón era un grueso brillante que siempre llevaba en escena bien visible, u oculto si no lo permitía el atuendo del personaje que representaba. Conchita solía decir para justificar esta predilección: “El elefante y la tortuga son animales pesados, tardos, seguros, que no inspiran recelo a nadie, pero que llegan siempre a donde se lo proponen.” Por esta razón fundó una particular Orden que llamó la Orden de los Quelonios, de la que era Gran Maestre. En sus giras mundiales obsequiaba a sus compañeros, críticos musicales y admiradores distinguidos con unas preciosas tortuguitas, que labraba para ella cierto orfebre milanés. Las había de oro, para las altas personalidades, y de plata.
En 1930 debutó en el Queen's Hall de Londres, ciudad que adoptó como segunda patria. Allí conoció a sir Benjamin Rubinstein, un influyente hombre de negocios de origen judío con el cual contrajo matrimonio.
La fama de Conchita Supervía la llevó también al cine. El film inglés LA CANCIÓN DEL CREPÚSCULO (1934) fue su primera y única aparición en el cine sonoro. 1935 fue su último año de apariciones públicas. Su postrera actuación tuvo lugar en Copenhague, en un recital; los posteriores compromisos fueron cancelados por motivos de salud. Su embarazo, con cuarenta años de edad, le resultó difícil de sobrellevar.
Pese a actuar permanentemente fuera de España, Conchita hacía en todo momento alarde de un españolismo vibrante y apasionado. “Hablando el español me hice mujer; cantándolo me hice artista, y cuando llegue mi hora, el adiós que diga será en español.” Conchita Supervía estaba muy lejos de suponer que ésta había de alcanzarla en plena madurez, lejos de su querida España, el 30 de marzo de 1936, en la frialdad de un quirófano londinense, víctima de una infección, tras dar a luz a un niño sin vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario